Hace ya dos años que eliminé casi por completo el azúcar, endulzantes y edulcorantes artificiales de mi alimentación. No fue nada fácil, pero jugaba con ventaja, o eliminaba este producto de mi dieta o no podía recuperar mi flora intestinal y hacer frente a las alergias y demás patologías que estaba desarrollando.
Recuerdo aquellos días como momento de gran ansiedad en la que todo el día pensaba en comer, de algún modo, buscando la manera de paliar el efecto sedante y relajante que el azúcar, inconscientemente, estaba teniendo en mi organismo. Y no penséis que estaba todo el día comiendo dulces, para nada, pero todas las mañanas me tomaba mi leche, con cereales y cacao soluble. Además, tomaba productos procesados que contenían azúcares encubiertos y, todo ello, unido a un consumo de frutas y verduras no suficiente ( y no será porque no comía, claro) y con métodos de cocción que destruían los nutrientes esenciales, uso de antibióticos, antiinflamatorios y otros medicamentos, así como al estrés, me llevó a desarrollar una candidiasis que desencadenó en patologías inmunológicas.
Algunas personas me preguntan acerca de qué endulzante es mejor tomar. También he ido a cursos en los que me enseñaban que era mejor tomar siropes o melazas, antes que un azúcar panela o blanco, pero siempre, SIEMPRE, mi médico me aconsejó que ninguno de ellos era saludable, pues el efecto sobre la flora intestinal era el mismo. Si bien a nivel de glucosa en sangre puede tener alguna pequeña variación, ninguno de ellos parece ser saludable para tomar a diario o a lo largo de la semana. SIEMPRE, me dijo, el azúcar y los productos derivados del mismo, así como endulzantes y edulcorantes, era aconsejable dejarlos para ocasiones especiales: cumpleaños, fiesta o celebración, para mantener una flora intestinal adecuada y evitar complicaciones. Y es que parece ser que el 90% de la población sufre de candidiasis intestinal debido a una mala alimentación, lo que acarrea un estado inflamatorio que desemboca en patologías crónicas o muy graves. Y digo yo, por qué nunca un médico de la medicina tradicional me habló de ello? ¿Cómo puede ser que durante tantos años estuve padeciendo ciertas afecciones y era tan sencillo de solventar? Sin medicamentos con efectos secundarios y sin parcheados. ¿Por qué nunca se fue a la raíz del problema? Y lo que es peor, ¿por qué todavía, después de haber visto mi evolución y el cambio en mi salud, desprecian el diagnóstico y lo achacan a otras escusas?
Es de vital importancia que la población tome conciencia de los peligros del consumo de azúcares añadidos, edulcorantes y endulzantes. Se dice que ahora hay un complot contra ellos y que no se habla de otra cosa, pero es que no es para menos. Aún con todo, la gente desprecia estas campañas o no les presta la atención que debieran, bien por desconocimiento, por falta de interés o porque es más cómodo mirar hacia otro lado y no enfrentarse a la adicción que generan los productos endulzados y azucarados. Y es que tienen una potencia inexplicable. Yo misma, después de haber estado año y medio sin consumir nada de azúcar, he observado que ahora que, muy de vez en cuando lo pruebo, después vuelvo a tener esa sensación de querer más y debo volver a realizar otro esfuerzo mental para no dejarme caer en la tentación. No era consciente de la fuerza que tiene, de cómo influye en las reacciones químicas hormonales del organismo y en cómo lo que comemos controla, casi completamente, nuestro estado físico y emocional.
Profundizando más en el tema y porque me apasiona la infancia y todo lo que tiene relación con el desarrollo infantil, sigo sin explicarme cómo, cuando una familia acude al pediatra, éste no tiene formación alguna en nutrición y dietética. Pensándolo bien, es normal que no la tenga, con los planes de estudio actuales, pero yo, al menos, cuando no sé de una cosa, no me invento las cosas o ofrezco consejos que no sé si pueden valer o no. En mi trabajo, si no se, derivo a otros especialistas. Así debería ser en pediatría, medicina general, oncología y todas las especialidades médicas, digo yo.
Si un médico, en este caso pediatra, no sabe, ¿por qué no deriva a un nutricionista-dietista, que es la persona especializada en alimentación y nutrición humana?
Por otro lado, bien es sabido que España es uno de los países que todavía no cuenta con esta especialidad en su sistema de salud pública, por lo que, claro, si uno quiere aprender a alimentarse bien o saber cuál es la manera de nutrir a sus hijos sin provocar futuros desequilibrios que desemboquen en enfermedades, tiene que pagárselo de su bolsillo.
Volvamos a los niños y niñas. Un bebé, cuando nace, tiene su sistema inmune sin desarrollar. Las primeras bacterias que colonizan su organismo provienen del canal del parto y será muy distinta la flora del bebé y del futuro adulto en función de dicho canal del parto. La lactancia materna, por otro lado, también va a influir en un buen desarrollo de dicha flora. A partir de aquí, el bebé irá exponiéndose a bacterias, virus y organismos que harán que su sistema inmune cree defensas y sea cada vez más fuerte. Dicho sistema se verá alterado en función del medio en el que vive, de la alimentación que siga y de los medicamentos que tome, en especial antibióticos, especialistas en "cargarse" la flora intestinal que tanto le cuesta al pequeño desarrollar. Los niños enferman constantemente porque están construyendo sus sistema de defensa y ese, está en gran medida en el intestino.
Hay factores que no pueden controlarse, porque escapan a nuestras manos, pero otros sí, como la alimentación. Cuando ofrecemos a un niño o niña un producto azucarado, primero, estamos alimentando a las bacterias "malas" que saltan contentas de alegría al recibir tal cantidad de alimento. Así pueden reproducirse y quitar espacio a las bacterias beneficiosas, volviendo el sistema inmune de los niños más débil. Segundo, ofrecer productos ricos en azúcares a los niños no hace sino maleducar sus papilas gustativas. El azúcar y los productos procesados ricos en potenciadores de sabor, estimulan de tal forma las papilas que hacen que estas necesiten cada vez mayor cantidad de estímulo para sentir el sabor y sentirse satisfechos. Es decir, si yo me acostumbro a tomar productos dulces, mis papilas luego no son capaces de detectar el sabor dulce natural de los alimentos, por tanto voy a buscar cada vez más azucarar los productos para sentirme satisfecha, afectando así mi comportamiento, mi flora y mi salud en general. Si yo, a mi hijo/a le alimento con este tipo de productos de manera frecuente, estoy haciendo mucho más difícil el desarrollo gustativo de sus papilas, condicionando sus futuros gustos y sus futuras elecciones alimentícias, condicionando, por tanto, su salud futura. Y es en esta etapa tan importante del desarrollo cuando está en nuestras manos favorecer el desarrollo de un sistema inmune adecuado que evite el desarrollo, o reduzca las posibilidades de padecer muchas patologías en la infancia y edad adulta.
De este modo, cuando veo a niños y niñas tomar natillas, que además, no contienen ni bacterias beneficiosas y están llenas de grasas saturadas que entrañan peligros para la salud, o tomar yogures saborizados repletos de azúcares, y veo el desconocimiento que existe en las familias, pensando que ofrecen lo mejor para sus hijos y sabiendo que les están haciendo un flaco favor; cuando veo las galletas, cereales, yogures bebidos, panes de supermercado, zumos envasados y demás porquerías que no pueden clasificarse en la categoría de alimentos, sino en la de comestibles, me pongo muy triste y cabreada, al mismo tiempo, de pensar la pésima labor que realizan nuestros medios de comunicación, empresas del sector alimentario y muchos de los médicos a los que acudimos (alguno se salva).
Ya lo dicen los nutricionistas y dietistas, están cansados de repetirlo a diestro y siniestro: si se toman derivados lácteos, SIEMPRE sin edulcorar, es decir, ácidos, sí, ácidos -la miel también es un edulcorante, natural, pero con los mismos efectos negativos en la flora y si bien parece tener beneficios en afecciones de garganta, es solo eso, para consumirla como remedio ante afecciones, no para prevenir ni endulzar a diario, no lo digo yo, lo dicen los nutricionistas y dietistas, psiconeuroinmunólogos, médicos tradicionales chinos, médicos integrativos.-; Los yogures saborizados contienen de 10 a 15 g de azúcar -un niño no debe consumir más de 12g al día-; os yogures enriquecidos con L-cassei no tienen mayores beneficios que el yogur natural y sí, por el contrario, contienen grandes cantidades de azúcar; los productos destinados a disminuir el consumo de grasa, es decir, los 0% contienen grandes cantidades de azúcares, para compensar la falta de sabor al eliminar la grasa, por tanto, no son nada recomendables, quitamos por un lado para poner por otro, así pues, de todos modos, dañamos nuestra salud; panes, si no son artesanos suelen contener azúcar; las cremas para untar y cacaos solubles, no son más que grasa saturada y azúcar, estamos pagando un precio desorbitado por un producto que es prácticamente veneno para nuestro organismo; y por último, que un producto sea de tienda ecológica o herboristería, natural, bio, eco o vegetal, no implica que sea saludable. Saludable es aquel producto que contiene muy pocos ingredientes, que se encuentra tal cual en la naturaleza o con un proceso mínimo de elaboración, sin ingredientes que tapen, enmascaren o potencien el sabor. Tened en cuenta que la mayoría de productos industriales contienen gran cantidad de azúcar para enmascarar la falta de sabor propia de un producto que no contiene alimentos naturales y nutritivos.
Entonces, ¿cuál es el mejor endulzante? Sin duda, para mi, LA FRUTA NATURAL. Y en su defecto, las hojas de estevia infusionadas. Sí, la estevia en gotas y sobrecitos de polvo blanco tampoco es saludable, aunque no suponga un perjuicio para la subida de glucosa en sangre, parece ser que sí lo es para otros sistemas y, de todos modos, es un producto muy procesado que poco o casi nada contiene de la estevia natural.
Ahora os dejo con un vídeo acerca del azúcar, endulzantes y edulcorantes.
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