domingo, 16 de septiembre de 2018

CANAS Y TINTES: ACEPTA TUS CAMBIOS, ACÉPTATE

Hoy quiero hablaros de algo que consciente o inconscientemente está presente en nuestras vidas al llegar a una edad, un@s antes, otr@s después, pero tarde o temprano todas las personas empiezan a experimentar cambios físicos, considerados más o menos agradables -más bien desagradables- en su cuerpo. Es el caso de las canas.

Cuando tenía 20 años empezaron a salirme. Yo, por aquel entonces, me ponía negra al verlas y no tenía ni idea que su pronta aparición estaba regida por una fuerte carga genética y un proceso oxidativo excesivamente rápido de mi organismo debido a una alimentación y hábitos de vida que no cumplían con las necesidades vitales básicas del organismo humano.

Las canas empezaron a multiplicarse a una velocidad de vértigo, sobre todo a partir de los 30, de modo que me encontraba con un mechón completamente blanco y muchas canas completamente blancas, como hilos de coser mechando mi pelo negro. Empecé a tintarme, no porque quisiera, sino por la presión social y el qué dirán, por esconder tan pronta manifestación del imparable paso del tiempo y repetirme una y otra vez que no pasaba nada, se tapaba y listo, como nueva, pero el tinte no me gustaba. Me miraba en el espejo y no me veía yo, por muy parecido que fuera el tono elegido a mi color original. Ese tono monótono, perfecto, con brillo, distaba mucho de las tonalidades cambiantes de un pelo natural y, de algún modo, me estaba diciendo que aquello iba contra natura, que tan solo respondía a una necesidad creada superficialmente por esta sociedad antinatural en la que vivimos.

De pronto me encontraba siendo esclava, cada dos o tres meses, que era lo que me aguantaba el pelo, de un producto cosmético que encima no me hacía sentir bien, sabiendo que debería utilizarlo el resto de mi vida y cada vez más a menudo, gastando dinero en algo que no quería y que me daba rabia.

Después, pasados un par de años, cuando enfermé del hígado e intestino y mi vida dio un giro radical para sentirme mejor que nunca, aprendí que estamos rodeados de tóxicos que nos enferman prontamente y que hay maneras de evitarlos en pro de nuestro bienestar. Y cuál era mi sorpresa cuando me enseñaron que los tintes de pelo son altamente tóxicos para el hígado por su composición en Ftalatos, que sus tóxicos se bioacumulan en el organismo y no se eliminan y que, junto con otras muchas sustancias, estaban haciéndome un flaco favor. Yo me resistía a dejar de usarlo aunque alargaba los períodos de tinte en favor de mi salud. No quería sobrecargar más mi hígado y ya que había empezado a cambiar muchas cosas con mucho esfuerzo, no tenía sentido estropearlo seguir utilizando cosas que me dañaban. Es como cambiar toda tu alimentación a una ecológica, de temporada y natural y seguir fumando o bebiendo alcohol cada fin de semana. No tenía sentido.

Al mismo tiempo, iba formándome, leyendo, investigando y cambiando mis hábitos y mi vida hacia una vida más respetable con el medio, con la naturaleza, con mis ritmos, con mi ser, conmigo misma y con l@s otr@s.

Últimamente he estado leyendo acerca de la naturaleza femenina y, aunque ahora no me voy a extender aquí, lo aprendido corrobora mis decisiones tomadas y mis cambios de perspectiva.

Hace tiempo empecé a cambiar el chip. Me di cuenta de que la naturaleza es sabia, maravillosa y preciosa en cada una de sus fases, de sus manifestaciones y que cuando ella habla, habla con una sabiduría tremenda. Empecé a mirarme con otros ojos, a observar mis canas, a integrarlas en el color natural de mi pelo. Poco a poco fui dejando que desapareciese el tinte, algo tan antinatural y tan fuera de mi que no soportaba ver. Empecé a ver muchísimas canas blancas adornando el color castaño oscuro, los cambios de tono en las diferentes estaciones, sus texturas. Aprendía que su naturaleza era distinta al pelo sin cana y que necesitaba de unos cuidados especiales, mayor hidratación y cuidado, pero siempre con productos naturales, aceites básicamente, champús naturales y cosmética muy sencilla. Dejé de utilizar tanto producto comercial que nos hacen creer es necesario y que lo único que hace es crear películas superficiales en el cabello, dando sensación de hidratación, cuando en lo más profundo resecan y te hacen necesitar cada vez más productos o depender de los que ya usabas. Dejé de utilizar fijadores, di libertad a mi pelo para que se expresase acorde a su naturaleza, rebelde, como mi personalidad, luchador, reivindicativo, único, especial y empecé a querer a mis canas como parte de mi personalidad.

A nivel social, muchas personas me decían "ala, cuántas canas", otras no me dicen nada pero deben pensarlo y otras simplemente las verán y las aceptarán como yo lo he hecho.

Decidí que no iba a tintarme, que iba a respetar mi naturaleza y que no me importaba el qué dijeran, lo que pensasen, si pareciese mayor o más joven, si quedaban bien o mal, porque a mi me gustan. Ya no puedo imaginar mi cabello sin ellas, pues ellas son señal de que estoy viva, de que soy natural, de que soy yo misma y de que estoy siguiendo un proceso de aceptación natural, de crecimiento personal, de respeto hacia dentro y hacia fuera, de que estoy recuperando aspectos básicos de la naturaleza propia humana, de independencia, de rebeldía hacia tanta superficialidad y tontería. Veo a mujeres sabias de nuestra historia, veo a nuestras abuelas o bisabuelas y las valoro, las respeto, me maravillo con ellas, con su cariño, con su amor, con su saber hacer y estar, con su fuerza, con su naturalidad y quiero llegar a ser como ellas, quiero aprender de la vida y respetarme y quiero dejar de maltratar mi cuerpo con tantas porquerías que nos venden.

Sí, amo mis canas. Las adoro y van a lucir bellas en mi cabellera como seña de lo mágica y maravillosa que es la madre naturaleza. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario